En otra vida, hace apenas 10 semanas, Inna era peluquera. Ahora pasa sus días buscando comida y agua, en una lucha por sobrevivir en la ciudad ucraniana de Mariúpol bajo ocupación rusa.
“Corres a buscar agua a un punto de distribución. Luego, a donde reparten pan. Luego haces fila para conseguir raciones”, cuenta la mujer de 50 años. “Corres todo el tiempo”.
Después de semanas de asedio, el ejército ruso y las fuerzas separatistas prorrusas tomaron a mediados de abril el control casi total de Mariúpol, ciudad portuaria a orillas del mar Azov, en el sudeste de Ucrania.
La ciudad está más calma, observaron periodistas de AFP en una visita de prensa organizada por las fuerzas rusas, aparte del sordo estruendo de las explosiones procedentes de la planta siderúrgica de Azovstal, el último reducto de las fuerzas ucranianas.
Después de vivir durante semanas en refugios subterráneos o encerrada en su casa, los habitantes de Mariúpol descubren al salir que su otrora vibrante ciudad quedó devastada.
En un distrito oriental, ninguno de los edificios de apartamentos de la era soviética quedó intacto. Sus fachadas están quemadas y las ventanas rotas por los bombardeos. Otros han colapsado por completo.
Las tiendas fueron saqueadas y se observan varias tumbas recién cavadas en un callejón que discurre en medio de un bulevar.
No hay servicio de agua, electricidad, gas, red de telefonía móvil ni internet. La vida cotidiana está dominada por la búsqueda de los bienes más esenciales.
El día en que AFP estuvo en la ciudad, las autoridades separatistas organizaron la distribución de ayuda al frente de los muros perforados y ventanas rotas de una escuela local.