La pequeña localidad texana de Uvalde, cerca de la frontera con México, comenzó el martes a enterrar a los 19 niños asesinados en el tiroteo en una escuela primaria que conmocionó a Estados Unidos la semana pasada, uno de los peores de los últimos años en el país.
El cuerpo de Amerie Jo Garza, de 10 años, llegó en un ataúd plateado y fue transportado a la Iglesia Católica del Sagrado Corazón por seis portadores del féretro que llevaban camisas blancas con claveles rojos.
Los dolientes, algunos vestidos con el color púrpura de la Escuela Primaria Robb al otro lado de la calle, escenario de la masacre el 24 de mayo, se reunieron frente a la iglesia antes del funeral en medio de una fuerte presencia policial.
Otra niña, Maite Yuleana Rodríguez, también de 10 años, también iba a ser enterrada el martes, con más ceremonias programadas para las próximas semanas, incluidas las de las dos maestras fallecidas. Todos fueron asesinados cuando el martes pasado Salvador Ramos, de 18 años, abrió fuego en un aula antes de ser abatido por la policía.
En medio del duelo, en Uvalde también había ira por la respuesta de la policía, muy criticada por haber tardado en abatir al pistolero. Una “decisión errónea”, admitió el director del Departamento de Seguridad Pública de Texas, Steven McCraw.
“Pueden decirme ‘Oh, cometimos un error. Tomamos la decisión equivocada’. Pero no me van a devolver a mi bisnieta”, dijo Rubén Mata Montemayor, de 78 años, bisabuelo de una de las víctimas.